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Había un sofá, un televisor, un edificio, escaleras y muchos panquecitos. Cada que llegaba a casa, ella me preguntaba:
—¿Qué traes? —A lo que siempre le respondía:
—Te traigo panquecitos.
Jamás en la vida había visto a alguien tan feliz y tan atractiva con panquecitos en la boca. Comerlos era para ella todo un ritual.
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