De muertes

Hace algunas noches tuve una conversación de lo más interesante.
Salí a cenar (un mezcal y una cerveza, más cinco tacos) con un amigo, a uno de los buenos bares del parque de la marimba de esta ciudad (bueno, la verdad sólo fuimos por el mezcal y la cerveza, los tacos fueron de otro lugar), y la conversación saltó entre temas de la vida diaria, mujeres, alcoholes, aficiones, arduinos y muerte.
La muerte fue el tema principal. ¿Cómo vivimos la muerte? ¿Cómo mantener la autoestima alta sabiendo que toda acción que hagamos se extinguirá con la muerte?
Las fotos de los muertos, sus recuerdos, la falta que nos hacen y la nada, o el cielo, o el infierno, o a dónde putas quieran irse después de vivos. Y digo quieran porque no tengo calidad científica como para refutar lo que dicen.
En fin, que al final de la conversación, frente a mí y sobre él, estaba este letrero que recordaba que no había tiempo.
Me recordó a un afiche de una película (3.19 nada es casualidad) que mencionaba que «el tiempo no existe».
Pues ya, que sin tiempo y sin vida, nos podremos ir al carajo en cualquier momento pero ni quién se preocupe.
O si, pero luego uno se atormenta de a gratis.