De Casualidades y de mapas, hablemos.

milan

Hablemos de casualidades y de mapas.
En la hoja de este libro (La insoportable levedad del ser, de Milan Kundera) quedó marcada una fotografía que con el paso del tiempo se desfiguró, para dejar la puerta del misterio abierta a sus lectores (usted y yo).

Esta (la fotografía), así lo pienso, fue utilizada unos años como separador y fue guardada para nunca olvidar que: por más imágenes y palabras que se utilicen para negar o cambiar un hecho, nunca se borrará el olor de los amantes.
Yo, al igual que el primer dueño de este ejemplar, guardo entre libros viejos: fotos, cuentos, acrónimos y algunos anagramas que hacen referencia a viejos amores… Y, junto con ellos, tengo un mapa de estrellas, un mapamundi viejo y un calendario con fechas marcadas que, confiando en que las casualidades broten, llevarán a futuros amores (Míos, vuestros, quizá vos y yo).


Imagino.

Un día caminando en un parque (cualquier parque del mundo), me paro frente a un árbol (cualquier árbol en cualquier parque del mundo), y veo una letra tallada en su tronco (cualquier letra del alfabeto latino) que me imagina un nombre (cualquiera de todos los nombres pronunciados en el mundo).

Otro día, en otra ciudad con sus otros parques (pero en uno en específico, cualquiera), me topo con otra letra (que le continua a la anterior o que le inventa un apellido) y con ellas armo, en un mapamundi viejo, muchas posibilidades.

Mezclo, como ejemplo, la letra A con la F, y situó entre Argentina y Filipinas mi regla de madera. Ubico una isla, Apia, y me acerco. Descubro Samoa, otra isla a su lado, y en ella el Stevenson´s At Manase. Del juego de dos letras, salidas de dos árboles en dos parques en dos ciudades diferentes, he encontrado el verdadero «Centro Sagrado del Universo».

Cansado de imaginar, decidí soñar, y soñando llegué al Hotel y desperté en una habitación acompañado de una morena de nombre Agnes Forester: Pequeña, agraciada, de curvas poco pronunciadas y sonrisa venturosa. con ella sobre mi brazo izquierdo, las olas de las sábanas cubriendo sus nalgas que, como dos cerros que emergen de un oceano, se revelan ante los rayos del sol que se meten por la ventana. La vista Al mar y al cielo. El juego de la ropa de cama, el mar, el cielo. Sus curvas, las olas y el viento. Despierta ella y yo sigo soñando.

Agnes, acercándose a besarme, me dijo en susurros:

Tienes que despertar y luego, si quieres, buscarme.

Volví al computador, con el tabaco a medias, y en la pantalla una nota que decía:

«Guarda tu brújula en el bolsillo y lleva tu portal astrolabio en el otro, no los uses, permite que el misterio te acerque a mi». Agnes. F.

(Y la letra no era la mía)

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